Un vestuario de fútbol normalmente para los que no estamos en este negocio, a veces tan repugnante, es como un santuario. Un subterráneo, como normalmente siempre lo han sido, impenetrable. Un bunker donde se atrincheran los bravos guerreros que saldrán prontamente a defender la camiseta amada, a defender la casa de los ataques del enemigo visitante. Es la caja de los sueños de todo inocente niño amante de este apasionante deporte. Un vestuario de fútbol es el lugar anhelado. Es la barrera que separa ( INJUSTAMENTE) a los que somos protagonistas directos de esta pasión y a todos los demás antagonistas ( que sin ellos no existiría esta apasionante novela).
Un camerino, como se le llama en España, es en muchas oportunidades el lugar que guarda miles de secretos. Que terminan en mitos, ya que muchas veces es impenetrable. Al menos lo es, para los que no trabajan directamente con el equipo. Son impenetrables para los que inventan la noticia. Un vestuario muchas veces no es más; que un lugar amplio, cómodo (en la gran mayoría de nuestros alicaídos estadios no es nada de esto), pero, sigamos imaginando.
Decía que era un lugar amplio, cómodo, con bancas y casilleros, camillas, mesas, inodoros, duchas abiertas, y muchos santos. Un vestuario los días de un juego respira calma, risas, olores a frotación y cremas mentoladas, olores humanos, tiene mas risas, cierto nerviosismo cuando ya se acerca la hora de salir a dar la vida y algunas costumbres geniales. Como los cánticos de batalla y las bravas “hurras”.
Especialidad del Puma… “muchacho no hay que se huevone… ya, ya, ya ¡Vámo Carajo!” (Como se te extraña José Luís, deberías visitarnos más seguido).
Bueno como decía: sabe a padres nuestros y aves Marías, a palmas motivadoras, a abrazos y suertes. Y de mucho, mucho compañerismo.
Para mi un vestuario es todo esto y algo más importante, que quizás algunos no lo entienden así. Un vestuario es como la salita de café de una oficina. O la salita de las maquinas fotocopiadoras de un banco. Es simplemente un lugar sociable y de compartimiento antes de salir a trabajar. Es decir, antes de salir a donde esta la oficina principal, que es esa gigantesca alfombra verde.
Un vestuario fuera de tanta leyenda urbana, que a veces nos toca leer en estos periodicuchos (que sólo sabe de enfrentamientos, golpes, insultos, grupos maliciosos contra comandos técnicos, más desacuerdos y más golpes, enemistades, y todo lo que genere morbo), es simplemente un lugar espectacular.
Donde no solo te aseas, también convives con tan buenos y diversos compañeros que te toca conocer. Es un lugar cerrado para el público, pero, que finalmente no es mas que un lugar donde nos ponemos al día de los chismes futboleros, hacemos bromas, hablamos del próximo partido, del pasado, nos pesamos para salir a entrenar, nos reímos de las tomaduras de pelo entre nosotros, a veces tomamos el desayunito rico que suele traer Ñol (que antes traía el Puma).
Simplemente convivimos como convive cualquier mortal en su centro de trabajo. Y claro también guarda historias como las que hoy me reveló en una corta entrevista (que pronto colgaré) el popular “pajita”.
Un vestuario es eso. Una congeladora de recuerdos. Un cementerio de resultados, de tristezas y alegrías. Es una enciclopedia de hábitos, es un concierto de gritos, cantos, lamentos y risas.
Es una caja que encierra conductas humanas. Tan humanas como solo vestirte. Es que finalmente es eso, es el cuarto de armas. Donde se prepara el guerrero para pintar las paredes con grafitos de pases sutiles y recias patadas.
Un camerino, como se le llama en España, es en muchas oportunidades el lugar que guarda miles de secretos. Que terminan en mitos, ya que muchas veces es impenetrable. Al menos lo es, para los que no trabajan directamente con el equipo. Son impenetrables para los que inventan la noticia. Un vestuario muchas veces no es más; que un lugar amplio, cómodo (en la gran mayoría de nuestros alicaídos estadios no es nada de esto), pero, sigamos imaginando.
Decía que era un lugar amplio, cómodo, con bancas y casilleros, camillas, mesas, inodoros, duchas abiertas, y muchos santos. Un vestuario los días de un juego respira calma, risas, olores a frotación y cremas mentoladas, olores humanos, tiene mas risas, cierto nerviosismo cuando ya se acerca la hora de salir a dar la vida y algunas costumbres geniales. Como los cánticos de batalla y las bravas “hurras”.
Especialidad del Puma… “muchacho no hay que se huevone… ya, ya, ya ¡Vámo Carajo!” (Como se te extraña José Luís, deberías visitarnos más seguido).
Bueno como decía: sabe a padres nuestros y aves Marías, a palmas motivadoras, a abrazos y suertes. Y de mucho, mucho compañerismo.
Para mi un vestuario es todo esto y algo más importante, que quizás algunos no lo entienden así. Un vestuario es como la salita de café de una oficina. O la salita de las maquinas fotocopiadoras de un banco. Es simplemente un lugar sociable y de compartimiento antes de salir a trabajar. Es decir, antes de salir a donde esta la oficina principal, que es esa gigantesca alfombra verde.
Un vestuario fuera de tanta leyenda urbana, que a veces nos toca leer en estos periodicuchos (que sólo sabe de enfrentamientos, golpes, insultos, grupos maliciosos contra comandos técnicos, más desacuerdos y más golpes, enemistades, y todo lo que genere morbo), es simplemente un lugar espectacular.
Donde no solo te aseas, también convives con tan buenos y diversos compañeros que te toca conocer. Es un lugar cerrado para el público, pero, que finalmente no es mas que un lugar donde nos ponemos al día de los chismes futboleros, hacemos bromas, hablamos del próximo partido, del pasado, nos pesamos para salir a entrenar, nos reímos de las tomaduras de pelo entre nosotros, a veces tomamos el desayunito rico que suele traer Ñol (que antes traía el Puma).
Simplemente convivimos como convive cualquier mortal en su centro de trabajo. Y claro también guarda historias como las que hoy me reveló en una corta entrevista (que pronto colgaré) el popular “pajita”.
Un vestuario es eso. Una congeladora de recuerdos. Un cementerio de resultados, de tristezas y alegrías. Es una enciclopedia de hábitos, es un concierto de gritos, cantos, lamentos y risas.
Es una caja que encierra conductas humanas. Tan humanas como solo vestirte. Es que finalmente es eso, es el cuarto de armas. Donde se prepara el guerrero para pintar las paredes con grafitos de pases sutiles y recias patadas.
Un vestuario, solo ve la luz un domingo de fútbol, un domingo de arte.